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LOS MAESTROS CUBANOS EN HARVARD,
EN LA ERA DEL RACISMO CIENTÍFICO
del

AUTOR: ALEJANDRO DE LA FUENTE 

 

Como “niños crecidos... que no podían entender la importancia de lo que veían”. Así describió un periódico norteamericano a los maestros y maestras cubanas que visitaron Harvard el verano de 1900. El hecho de que la prensa habanera se hiciera eco de la nota ilustra las tensiones que esta iniciativa inevitablemente generó. Los propósitos, valores, ideas y saberes que servían de sostén a la expedición estaban sujetos a interpretaciones diversas, tanto en Cuba como en los Estados Unidos.

La raza estaba en el centro de esas tensiones. La ocupación norteamericana de Cuba tuvo lugar en un momento en que diversas narrativas y saberes sobre las diferencias humanas, la evolución y el progreso se habían consolidado en un corpus científico que abiertamente proclamaba y supuestamente explicaba la inferioridad negra. Desde mediados del siglo XIX, un grupo de eminentes biólogos y frenólogos, incluyendo luminarias de Harvard como Louis Agassiz, intentaron anclar esa inferioridad en la biología y la fisiología de las personas afrodescendientes. Los doctores sureños diseccionaron el cuerpo negro en busca de signos de inferioridad y lo hallaron en cada órgano posible, desde las extremidades a los pulmones. Validados por la supuesta neutralidad y objetividad que hacen de la ciencia una forma especial de conocimiento, numerosos estudios antropométricos concluyeron que las personas negras eran inferiores.  Las mismas eran incapaces de participar en sociedades civilizadas y estaban condenadas a desaparecer en el inevitable proceso de competencia con la raza blanca superior. En la cima de su gloria, los Darwinistas sociales usaron estas conclusiones para argumentar que la batalla por “la supervivencia del más apto” no sólo explicaba la subordinación del negro, sino el ascenso de ciertas naciones y razas en un mundo que parecía no tener lugar para los llamados pueblos primitivos.

Las fuerzas americanas de ocupación trajeron esta ideología racista —y las prácticas segregacionistas que la misma racionalizaba y justificaba— con ellos a la isla. Lo que encontraron en Cuba era, precisamente, una de esas poblaciones primitivas que los Darwinistas sociales ubicaban al fondo de la escala evolutiva. Se trataba de una población que, de acuerdo con sus percepciones e ideologías raciales, estaba formada fundamentalmente por “Negroes” necesitados de supervisión y control. Si existía alguna duda acerca de la capacidad cubana para el mejoramiento y el gobierno propio, ninguna existía sobre su inferioridad colectiva. Los militares americanos creían en la superioridad cultural y racial de los anglosajones y veían a los cubanos como miembros de una “raza de salvajes ignorantes.” Como admitió un observador contemporáneo, incluso los americanos de mejor intención arribaban a la isla como misioneros “entre bárbaros”.

La inferioridad del pueblo cubano era, desde luego, racial. Como explicó el Gobernador Leonard Wood "—un hombre de Harvard",  según el Cambridge Chronicle— al presidente McKinley: “Estamos tratando con una raza que ha ido decayendo por cientos de años y en la cual tenemos que inculcar nueva vida, nuevos principios y nuevos métodos de hacer las cosas”. Esto no podía ser de otra manera, explicó, porque después de ser inundada durante siglos con los deshechos de la sociedad española, la isla tenía demasiada “sangre mezclada” para entrar exitosamente en el concierto de las naciones civilizadas“. “Decididamente hay elementos negros en muchos de los blancos de Cuba”, expuso un profesor de Oxford. La negritud era tan prevalente en Cuba, apuntó otro observador, que la mayoría de la población de hecho no era blanca. “Basado en nuestras normas, resulta dudoso si el cinco por ciento de la población puede mostrar un linaje blanco limpio”.

Semejante nivel de mestizaje era visto como un legado del que la isla no podía escapar. La mezcla de razas, habían concluido los científicos americanos después de numerosas investigaciones sobre el tema, resultaba en degeneración. “La antropometría del mulato está decididamente en su contra”, afirmaba el profesor William Smith de la Universidad de Tulane. El mestizaje, a su vez, violaba la armonía de la naturaleza y conducía a la “decadencia racial”. Según el influyente genetista Charles Davenport —otro graduado de Harvard, que después enseñó Biología en la Universidad— los mulatos combinaban “la ambición”, que heredaban de los blancos, con “la insuficiencia intelectual”, que recibían de los negros, haciendo de ellos “híbridos infelices” propensos a romper la armonía social. Las consecuencias para Cuba eran funestas, como explicó un periodista americano: “Cuba es políticamente imposible, socialmente imposible, económicamente imposible, porque moralmente está podrida... Estos cubanos son... los deshechos de una raza... No pueden elevarse por sí mismos. La culpa es racial. Cuba... produce una sangre mixta difícil, indócil que desemboca en la depravación”.

Mezclados, indóciles, depravados. Estas visiones tenían implicaciones políticas claras que resultaron en un orden político que buscaba excluir a los afrocubanos y ceder el control a lo que Wood describió como “la población real cubana, quiero decir los productores y comerciantes”. Como expresó la Comisión de Inmigración en uno de sus informes al senado de los Estados Unidos: “El término ‘cubano’ se refiere a las personas cubanas (no a los negros)”. En consecuencia, justo al tiempo que preparaban el viaje de los maestros y maestras, las autoridades estadounidenses aprobaron una ley electoral, tan restrictiva como fuese posible. La ley estipuló que solo los hombres que poseyeran los siguientes requisitos podían votar: 21 años o más; nativos o españoles que no hubieran declarado su obediencia explícitamente a la corona de España, y residentes en las municipalidades durante, al menos, 30 días. Además de estos requisitos generales, los votantes tenían que poseer uno de los siguientes requerimientos: saber leer y escribir; propiedad por valor de $ 250. 00 (oro americano), o haber servido en el Ejército Libertador con prioridad al 18 de julio de 1898, una concesión que Wood consideraba era un mal inevitable. Las primeras elecciones municipales (1900), y las de la Convención Constituyente (1901), tuvieron lugar bajo esta ley electoral. Como en el sur americano, donde los afroamericanos fueron privados del derecho al voto, estas restricciones fueron diseñadas de forma que parecían racialmente neutras. Pero lo que los oficiales no proclamaron públicamente, lo reconocieron en privado. Wood admitió que la ley tenía la virtud de excluir a “los hijos e hijas de africanos importados a la Isla como esclavos” del proceso político, lo cual prevendría a su vez una “segunda edición de Haití o Santo Domingo en el futuro”.

Esta exclusión fue de corta duración, sin embargo, porque la Convención Constituyente de 1901, casi exclusivamente blanca, decidió apoyar el principio del sufragio masculino universal a pesar de las objeciones del Gobernador Wood. Este principio fue defendido como un “derecho adquirido”, una “conquista” popular que debía alcanzar a todos los cubanos (hombres) sin tener en cuenta su raza o su fortuna. Como expresó uno de los delegados blancos en la Convención, cualquier limitación al derecho al voto era introducir un “privilegio repugnante” en la vida de la nueva república.

Desde luego, muchos cubanos compartían la noción de que limitar el derecho al voto era deseable y patriótico. Las ideologías raciales de las autoridades americanas encontraron un oído receptivo en los hacendados, comerciantes, y otros miembros de las élites cubanas que ya estaban convencidos de la inferioridad racial de las personas de ascendencia africana. En lo que se refiere a la élite blanca tradicional cubana, los funcionarios, periodistas y científicos norteamericanos predicaban a quienes no era necesario convertir. Fue precisamente por su aprehensión a que los afrocubanos pudieran desempeñar un papel significativo en el orden político futuro de Cuba, que algunos miembros de la élite compartieron la visión colonial del peligro negro y se opusieron a la independencia. Como explicó un político blanco en 1888, para hacer de Cuba un país verdaderamente “civilizado” era indispensable sustentar la superioridad de sus “elementos caucásicos”.  El problema más importante de Cuba era su población multirracial; por eso llamó a “los descendientes de arios” a mantener el control económico y político de la isla.

Muchos de estos cubanos hicieron campaña a favor de la anexión política, que ellos percibían como la mejor garantía para el orden y el progreso de la isla. Este grupo compartía los prejuicios de las fuerzas de ocupación acerca de la capacidad de los cubanos para establecer exitosamente una república independiente, libre del tutelaje norteamericano. En un conocido análisis etnográfico y sociológico sobre la historia de la Isla, el político y escritor Francisco Figueras argumentó que solo con la adopción de los valores anglosajones era posible contrarrestar los efectos destructivos de la composición racial de Cuba. Su escepticismo era compartido por otras figuras públicas, quienes mantenían que la inclinación de los cubanos al desgobierno solo podía ser explicada por el “atavismo o la ley de herencia de la raza”. La cultura y el colonialismo español no solo hicieron a los cubanos incapaces de gobernarse por sí mismos, sino que también generaron la presencia en la población de los “tipos inferiores, magistralmente descritos por Herbert Spencer”, caracterizados por “la agudeza, frivolidad y propensión a las bromas”.

Estos tipos inferiores fueron infantilizados con frecuencia, una metáfora anclada en el evolucionismo que fue frecuentemente utilizada a principios del siglo XX para describir a las poblaciones racializadas del Caribe. Como expresó el zoólogo alemán Carl Vogt en 1864, “el negro adulto comparte… la naturaleza del niño”. Numerosas caricaturas de la época presentan a los cubanos, puertorriqueños, dominicanos, haitianos, panameños y centroamericanos como niños de piel oscura que necesitan ser disciplinados y guiados. Aunque la implementación de estas metáforas de niñez en nombre de la supremacía blanca podía resultar en políticas diversas, todas compartían un denominador común: sus preocupaciones civilizatorias. Este es uno de los trasfondos —si no “el” trasfondo— de la expedición de los maestros y maestras cubanas de 1900.

Desde luego, un programa como este también proyectaba la convicción de que las poblaciones racializadas eran capaces de alcanzar niveles altos de cultura y civilización, es decir, podían aproximarse a los ideales americanos de ciudadanía y decoro. La americanización nunca fue solo un canal para la dominación imperialista, un espacio habitado exclusivamente por banqueros, inversionistas y plantadores. Como han mostrado los estudiosos de la americanización en Puerto Rico, la misma era polivalente, multidireccional y contradictoria. Muchos agentes del progreso y la civilización, como los misionarios, terminaron viviendo con las poblaciones rurales y desarrollando redes de verdadera simpatía y apoyo por las mismas. Los participantes desarrollaron lazos afectivos con los nuevos territorios y con sus habitantes, lazos que no podían ser fácilmente contenidos en los moldes de ideologías y prejuicios preexistentes.

 

En Cuba, Puerto Rico y en toda el área circundante del Caribe, muchos de estos agentes compartían la convicción de los Progresivos americanos de que la educación era central para la construcción de ordenes democráticos estables. Los actores locales, en cambio, frecuentemente compartían o manipulaban estas convicciones para crear instituciones y oportunidades que en muchos casos respondían efectivamente a las aspiraciones y necesidades de las poblaciones racializadas. La expansión del sistema de educación pública en Cuba durante las primeras décadas de la republica, tan ligada a la visita de los maestros a Harvard en 1900, es un buen  ejemplo de ello. Es importante destacar que dicho sistema era notoriamente inclusivo desde el punto de vista racial. La participación sorprendente y destacada de un alto número de maestros y maestras afrodescendientes en la expedición fue, en este sentido, fundacional: señaló que la creación de un nuevo orden en la isla no podría hacerse sin la participación de las personas afrodescendientes.

 

Nota: Este texto reproduce fragmentos del libro, Una nación para todos: raza, desigualdad y política en Cuba, 1900-2000 (La Habana: Imagen Contemporánea, 2015).

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